miércoles, 21 de agosto de 2024

La larga sombra de la nada

 

Verano de 2024. Creo que será un momento para recordar en los años venideros. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) terminó, por fin, su proceso de mutación y ha alcanzado triunfalmente su más codiciada meta: la nada.

Esta organización política dejó de ser socialista tras su derrota en la Guerra Civil española, puesto que era, no difícil, sino imposible presentarse ante las naciones democráticas con los mismos ropajes revolucionarios que mantuvo en los años treinta, cuando quería convertir a España en una república soviética, tal como proclamaban sonoramente líderes del PSOE como Largo Caballero, el Lenin español. Ese abandono del socialismo revolucionario se consumó definitivamente con Felipe González, quien dotó al partido de una nueva imagen democrática, en la línea de la mantenida por otros países de la Europa occidental.

El adjetivo de Obrero realmente nunca tuvo demasiada importancia, tal como ocurre en la mayoría de los partidos de este tipo, en los que el obrerismo es simplemente un tipo de retórica populista que no se corresponde con la extracción de sus líderes ni con sus políticas cuando están en el poder. Aunque hay que reconocer que esto es algo común a los demás partidos socialistas europeos que han existido en nuestro continente en el último siglo: nadie diría que el partido socialista -o socialdemócrata alemán- o el francés o el italiano, son partidos de la clase obrera. Y creo que nadie con una cierta dosis de objetividad podría decirlo tampoco del partido socialista en nuestro país. Posiblemente ello no solo haya sido culpa de este tipo de organizaciones políticas, sino también de la ausencia de ideas propias que defender, lo que los ha llevado a apropiarse de forma acrítica de los postulados feministas y ecologistas, entre otros. Y también porque es difícil dirigirse a una clase obrera que, si nos atenemos a los esquemas del primer tercio del siglo XX, ya no existe, sino que, por el contrario, la mayoría de la población de las sociedades occidentales se ha aburguesado, en el sentido más extenso del término.

La desaparición de la tercera de las adscripciones del PSOE es la que provoca una mayor perplejidad, puesto que, para muchísimos españoles, incluyendo entre ellos a muchos que se autodefinen como de izquierdas, este partido ha dejado de ser Español. Y ello es verdaderamente sorprendente, puesto que un partido que aspira a gobernar España está actuando metódicamente para destruir la nación que debería gobernar.

Volver a los particularismos medievales no sólo es negar los cinco últimos siglos de Historia de España, incluyendo la España liberal de las dos centurias precedentes, sino que rompe algunos de los principios básicos que rigen los sistemas políticos occidentales, como son, entre otros, la idea de la soberanía nacional o el principio de la igualdad entre sus habitantes. Es algo verdaderamente inaudito en pleno siglo XXI.

Es cierto que la ignorancia de la propia Historia de España que padecen muchos de nuestros ciudadanos, gracias a un sistema educativo progresista que ha idiotizado a muchos, y la manipulación de algunos medios de comunicación que ya han sacado a pasear conceptos como federalismo o, yendo más allá, confederalismo, llevarán a algunos a asumir este nuevo cantonalismo. Pero la inmensa mayoría de la población es poco probable que acepte resignadamente que le roben su bienestar y su futuro.

Es cierto también que los grandes grupos de comunicación españoles son en parte propiedad de extranjeros a los cuales les importa más la cuenta de resultados que el futuro de España como nación. Sí, todo ello es cierto; como también es real la ausencia en algunos medios de una verdadera e independiente política de información. Se puede discutir sobre ello y se pueden analizar los matices. Estoy seguro de que a lo mejor la situación en estos aspectos no es tan grave; o a lo mejor es aún peor. Pero también estoy seguro de que la gente es bastante más inteligente de lo que piensan nuestros gobernantes, y nunca van a admitir que las ruedas de molino sean en realidad blancas y necesarias aspirinas para nuestros males políticos.

Esto es tan evidente, que algunos políticos socialistas, pocos, están señalando ya el peligro de que su partido sufra una verdadera hecatombe en las próximas elecciones. En realidad, el proceso de decadencia del PSOE viene de lejos y se ha ido agudizando con los años. Políticos como Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez son sobre todo un síntoma del proceso de descomposición del partido, tal como han visto claramente otros socialistas ahora marginados, como Nicolás Redondo, Felipe González o el propio Alfonso Guerra, por poner sólo algunos ejemplos.

En este sentido, en estos últimos tiempos es clarificador cómo son ya pocos los que se definen públicamente como progresistas. E igualmente se está dando también una deserción entre la gente común de antiguos socialistas que ahora se definen como asqueados de la política o que en otros casos han pasado a militar activamente en partidos de derechas, algo que yo he visto en varios antiguos alumnos que ahora superan los cuarenta años y que han cambiado su adscripción política después de un verdadero proceso de autocrítica.

Nada que ver, por tanto, con esa España de izquierdas que estaba en plena ebullición en los años ochenta y primeros años de los noventa. La desaparición biológica por su edad de una parte de la población que ha seguido votando al PSOE a pesar de todo, parece que no se compensará con la aparición en la escena política de las nuevas generaciones. Seguro que algunos malpensados dirán que eso explica las ideas lanzadas desde determinados ámbitos de la izquierda pidiendo que se rebaje la edad para votar a los dieciséis años o se dé el derecho de voto en las generales directamente a los inmigrantes, como una forma de captar nuevos votos que palíen esas pérdidas.

Para algunos, incluso, esa mutación del PSOE ha supuesto también la desaparición de su condición de partido para convertirse en otro tipo de organización. El que el Tribunal Constitucional, con mayoría de miembros progresistas, gracias al acuerdo alcanzado por el Partido Popular, en la época del señor Casado, no lo olvidemos, haya blanqueado, por decirlo con la corrección política al uso, a los condenados por los ERE en Andalucía, donde quedó demostrado el uso del dinero público, el destinado a los trabajadores en paro en la región, en prostíbulos o en la compra de cocaína, según determinaron los jueces, no deja de ser para algunas personas una prueba más de que ya no se trata de un verdadero partido político según los estándares europeos: hay que recordar que Benito Craxi, el político socialista italiano y primer ministro del país entre 1983 y 1987, implicado en una trama de corrupción, tuvo que huir a Túnez donde murió unos años más tarde, sin poder regresar a Italia; un verdadero aviso a navegantes.

Pero, sobre todo, la desaparición del partido como tal queda de manifiesto en la ausencia de actividad de sus órganos internos y la falta de voz en la política del partido que sufren sus militantes, tal como se deduce de la actuación del PSOE en los últimos años. Ambos casos son prueba evidente de que no existiría ya un verdadero partido político como manifestación organizada de las ideas políticas de un sector de la población, sino que estaríamos ante una simple organización al servicio del grupo que la dirige, el cual actúa al margen de cualquier control de las bases y sin tener en cuenta otras consideraciones que sus propios intereses personales.

Ello no evita, sin embargo, que la responsabilidad por las políticas llevadas a cabo desde los gobiernos que presiden corresponda a ambos: a los cuadros dirigentes y a las bases, con su silencio y con su permanencia en esa organización.

Es por ello que Puigdemont, y su teatralizada política, y el resto de políticos secesionistas que han hecho del chantaje separatista un modo de vida son simplemente una anécdota más del esperpento político que estamos padeciendo. Pero esto no es lo más importante, puesto que ellos y sus políticas no representan a casi nadie, aunque pueda parecer lo contrario. Sus votos lo único que reflejan es el intento de algunos de alcanzar privilegios que les permitan vivir mejor que sus vecinos, una situación que tiene poco recorrido: es más probable que todo se vaya al carajo antes de que se establezca una situación en la que unos vivan con privilegios a costa del trabajo manso y resignado del resto. Y ni siquiera recogiendo una tercera singularidad regional en la Constitución que asigne privilegios a una nueva región esta se va, en mi opinión, a poder mantener.

Si algo bueno han tenido los últimos acontecimientos sobre los propuestos privilegios económicos a Cataluña que defienden los socialistas es que son cada vez más los españoles que se preguntan simplemente por qué se mantienen en estos momentos los privilegios en algunas otras regiones como Navarra o las provincias vascas. ¿Es que la singularidad es sinónimo de privilegios económicos? Porque si eso es así, quién puede negar que cada una de las regiones españolas es singular y, si todos somos singulares y por tanto susceptibles de poseer también una singularidad económica, ¿dónde queda la igualdad entre los españoles?

El problema de la existencia de determinados políticos es que terminan por ser tan peligrosos como ignorantes, y eso en Historia nunca se perdona. Por eso, cuando un partido político ha evolucionado hacia la nada, aunque su sombra continúe siendo todavía alargada, solo le quedan dos opciones: o desaparece o sufre una profunda catarsis que le permita resurgir como un nuevo ente y, en este caso, ejercer sus antiguas y olvidadas funciones con la humildad que corresponde al que ha reconocido su error.

Como decían los clásicos: sapere aude.

 

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