Creo humildemente que la política es, o debería ser, una de las cuestiones fundamentales en la agenda de todo ciudadano porque, quiera o no, su vida se ve influida en casi todos los ámbitos por ella. En mi caso, la política actual y el modesto análisis que uno pueda hacer de ella, tiene un interés doble. A mi condición de ciudadano uno una cierta formación histórica y siempre he pensado que la Historia permite entender mejor la actualidad; pero, además, el tiempo presente es un verdadero laboratorio para entender en parte el pasado. Desgraciadamente, en algunas disciplinas es el investigador el que lleva las riendas de los experimentos, mientras que el historiador que analiza la actualidad debe conformarse sólo con evaluar los distintos elementos que confluyen en la política al modo con que en una partida de ajedrez los resultados varían según se utilice cada una de las piezas del juego: un espectador ve cómo las decisiones que toma cada jugador tienen o pueden tener distintas consecuencias, de tal modo que cada nueva jugada replantea la partida a una nueva realidad.
Aunque no conozco en profundidad la situación política en otros países de nuestro entorno, es difícil que en ellos se dé la mezcolanza de organizaciones o partidos políticos que existe en España. Pero, sobre todo, es más difícil aún que la imagen sobre esos partidos y la realidad ideológica de los mismos sea tan divergente como en nuestro país. Y ello sin contar la existencia de los múltiples partidos existentes en cada región, cuyo análisis me gustaría abordar en otra ocasión.
Aquí contamos, además, con una palabra fetiche que se sobrepone a todo intento de análisis del espectro ideológico. El término mágico y excluyente para una buena parte de la población es el de fascismo. O se entra en esa categoría o se entra en la contraria; no hay término medio.
Escribí en una ocasión que el PSOE de la Transición era un partido completamente nuevo creado en los años anteriores y sin mucho que ver con el PSOE histórico y su papel en el régimen republicano y en la Guerra Civil. Sólo cuando este partido entró en decadencia a comienzos del presente siglo, quien entonces era su Secretario General y futuro Presidente del Gobierno, el señor Rodríguez Zapatero, los socialistas renegaron de la política de Felipe González y apelaron como medio de unir en torno a sí a una parte del electorado al relato de la Guerra Civil. Quien conozca un poco la Historia de España sabe que el PSOE en los años treinta distaba mucho de ser un partido democrático y era, por el contrario, una organización revolucionaria cuyo objetivo era la toma del poder, por los medios que fuera. Esa era la realidad y eso explica su papel en el periodo republicano y sus intentos de derrocar a la derecha, que había ganado democráticamente las elecciones el año anterior, en 1934 y derribar al entonces Gobierno legítimo. El protagonismo del PSOE en la llamada Revolución de Octubre y de uno de sus principales dirigentes, Prieto, es de sobras conocido. Por otro lado, el falseamiento de las elecciones de febrero de 1936 por los partidos de izquierda y la manipulación de los resultados electorales para resultar ganadores están también bien documentados en los últimos años por historiadores de prestigio.
Con esos mimbres la apelación al pasado por parte de la izquierda, en general, y de los socialistas, en particular, únicamente podía tener éxito llevando a cabo un tremendo proceso de falseamiento histórico. Pero lo lograron. Una parte de los medios de comunicación, la decadencia del sistema educativo y el espíritu progresista calaron en una sociedad española nihilista que se alimenta de eslóganes facilones, aunque encierren en sí mismo tremendas falsedades históricas.
Con ello, el PSOE ha renunciado a su papel en la Transición y a todo lo que supuso su refundación de la mano de Felipe González, de tal manera que los socialistas de ahora están más cerca de los socialistas de los años treinta (II República y Guerra Civil) que del socialismo de los años ochenta del siglo XX. Y ello es, en mi opinión, un tremendo error que pagarán sobradamente en el futuro. Que los hechos históricos tienen consecuencias es innegable, y que esas consecuencias no siempre son inmediatas, también. Pero que esa mutación tendrá sus efectos, aunque para ello haya que esperar algunos años, es difícil de negar. Y esos efectos serán especialmente negativos para el socialismo español.
Ni el ecologismo, ni el feminismo, ni su conversión al nacionalismo en algunas regiones de España lograrán detener el proceso de decadencia del PSOE tal como está actuando en los últimos tiempos. Por otro lado, esos ismos están cada vez más cerca de convertirse en religiones y las creencias religiosas, por su carácter general, terminan por no singularizar a nadie: si todos somos ecologistas y feministas, nadie podrá colgárselo como etiqueta diferenciadora. Por el contrario, la ideología como tal, entendida como un cuerpo de ideas políticas propias, ha ido despareciendo hasta el punto de que la mayoría de su electorado lo es porque se siente de izquierdas, pero no sabría explicar en qué consiste esa cualidad, o simplemente se considera a sí mismo como progresista, pero tampoco es capaz de definirlo.
Por su parte, la evolución de la derecha política en las últimas décadas ha sido muy diferente, aunque el resultado es similar. La antigua Alianza Popular, refundada después en el Partido Popular, logró, no sin esfuerzo, aunar en torno a sí al electorado conservador situado a la derecha del PSOE cuyos valores eran los de un europeísmo reformador compatible con la idea de una España unida. Los sucesivos fracasos de crear un partido de centro parecían anunciar un bipartidismo imperfecto en España que, más o menos bien, podía asentar el régimen de la Transición.
Esa imperfección del sistema político bipartidista venía por la existencia de partidos regionales de carácter independentista, cuya representación, premiada por el sistema electoral, los hacía socios casi imprescindibles en la gobernabilidad de España una vez desaparecidas las mayorías absolutas de PP y PSOE.
La cuestión aquí es intentar saber qué ideas palpitan detrás del partido que ha representado a la derecha social en España. Y para ello puede que sea necesario distinguir, mucho más que en el PSOE, entre los votantes y los dirigentes del Partido Popular. No es ahora el momento de analizar el complejo ideario de quienes votan la opción de la derecha en España, pues espero que ello sea tema de una reflexión posterior, pero sí de resaltar la creciente divergencia entre ese ideario y la actuación de los dirigentes del PP. Se podría decir que este partido, cuando ha alcanzado el poder, se ha limitado a administrar el país, renunciando en la práctica a las ideas defendidas en la oposición, que han sido las que llevaron a millones de ciudadanos en su momento a darles su voto. Esa diferencia entre la teoría política y la práctica de gobierno es la que explica el nacimiento de VOX como un partido conservador que ha recogido el ideario de muchos de los votantes de derechas, les voten o no.
Esta nueva opción política se convierte así en el mayor peligro para el bipartidismo de los dos grandes partidos, porque, además, deja en evidencia tanto las contradicciones de la izquierda, y la evolución que ha tomado en los últimos años, como la cada vez mayor inconsistencia ideológica de la derecha tradicional. Se puede pensar que el nacimiento de VOX responde a la pobre actuación en el campo de las ideas, como dirigente y gobernante, de Mariano Rajoy, pero eso es sólo una parte de las causas. El nacimiento de VOX se explica también por el radicalismo que se impuso en el PSOE desde los tiempos de Rodríguez Zapatero y que se ha agudizado en los últimos años. La crisis de ambos partidos, PP y PSOE, es el origen de VOX y lo que ha permitido su desarrollo. No se trata, en mi opinión, de una opción coyuntural que responda a una situación concreta, como ocurrió en otros casos, como Podemos, sino de una crisis del sistema bipartidista que afecta a ambos partidos hasta ahora mayoritarios, y eso es lo que hace tan peligrosa la nueva situación y explica los ataques que el nuevo partido recibe desde ambos lados y desde los medios de comunicación que, en España, hace tiempo que han tomado partido por una u otra opción, obviando en la mayoría de los casos su obligación de informar de forma independiente.
Desde la izquierda se ha intentado deslegitimar a todos aquellos que han optado por la nueva opción política mediante la descalificación: son unos fachas, término que antes se aplicaba a todo aquel que era de derechas, o que simplemente no era de izquierdas. Pero al igual que el combatamos el fascismo no tuvo mucho éxito electoral en los años veinte y treinta del siglo pasado, no parece que ahora lo vaya a tener. Desde el PP la descalificación ha sido más grosera aún si cabe, pues se ha basado en hacer suyos los eslóganes que la izquierda ha utilizado contra ellos hasta hace poco. Quizás se ha pensado que, si ahora lo de fachas se refiere sólo a VOX, el Partido Popular adquiría así su patente de demócratas para la izquierda.
Craso error, el término facha, de tanto usarlo, ha perdido efectividad y, aunque se ha sustituido por el de extrema derecha o el de machistas, es difícil convencer a una parte de los ciudadanos de ello ante la realidad de los hechos y la existencia de partidos con ideas xenófobas y racistas, que son dos cosas diferentes, en las provincias vascas y en la región catalana, o de un partido de extrema izquierda como Bildu, que ha participado en la gobernabilidad de España en los últimos años, como si no hubiera una historia de centenares de asesinatos detrás.
En este sentido, es curioso cómo la izquierda nacional ha blanqueado a aquellos partidos que le puedan ser necesarios para poder gobernar, caso del mencionado Bildu o del partido del prófugo Puigdemont. De pronto, quienes apoyaban a los asesinos de ETA, y les homenajean impunemente ahora, se convertían en demócratas de toda la vida. No me resisto a recoger lo que en una pequeña charla de amigos expresó una persona, he de suponer que acérrima seguidora del PSOE, al decir que los de Bildu de ahora son distintos del Bildu de antes. Lamentablemente mi estupefacción me impidió saber en qué son distintos.
Por el contrario, el PP ha comprado estúpidamente el mensaje de la izquierda sobre VOX y la necesidad de alejarle del poder. Con ello están dando lugar a varios mensajes contradictorios. Por un lado, teniendo en cuenta que una buena parte de quienes votan a VOX son antiguos votantes del PP, están denigrando las ideas de antiguos votantes populares que en muchos casos se pueden sentir ofendidos; por otro lado, aunque con ello puedan perseguir la desaparición de VOX y el reagrupamiento de los electores de derechas en el PP como única opción, el resultado está siendo el contrario, a pesar de que puedan tener un cierto éxito en el corto plazo. Y por último, están renunciando a la posibilidad de poder gobernar, ya que son los votos de VOX los únicos que, en esta situación de desaparición de las mayorías absolutas, les pueden permitir acceder al poder.
Los dirigentes del PP han seguido, pues una actuación contraria a la del PSOE, que ha blanqueado a sus posibles aliados para poder gobernar. Por el contrario, esos dirigentes populares, al demonizar a VOX como partido democrático han lanzado un doble y terrible mensaje: si finalmente necesitan a VOX para poder gobernar y pactan con él, es que puede más sus ansias de poder que esos principios políticos que decían defender y que eran tan distintos; y, en segundo lugar, si el mensaje de que los de VOX son tan malvados cala entre una parte del electorado, pero es evidente que la alianza con ellos es la única forma de llegar a gobernar, esos mismos electores pueden decidir no votar ni a unos ni a otros, como parece haber ocurrido en las últimas elecciones generales.
Realmente una estrategia muy distinta a la seguida por la izquierda que ha creado la imagen de que todo lo que no es de derechas es progresista, sin entrar para nada en los valores, ideas o actuaciones que ciertos partidos han tenido en contra de los valores constitucionales. Y, aparte de distinta, poco inteligente.
Es cierto que el poder de los medios de comunicación, grandes y pequeños, ha servido para adormecer y agravar el espíritu nihilista de la sociedad española en las últimas décadas. También es innegable que el desacreditado sistema educativo ha dado lugar a la falta de un espíritu crítico e independiente en muchos ciudadanos, presentes o futuros. Pero todo ello es poco probable que logre cambiar los hechos aunque edulcore la visión de los problemas o desvíe momentáneamente la atención a otras cosas.
Permítanme finalizar con una imagen por si algunos pueden ver en ella una metáfora. Los bosques han dejado de ser parte de nuestras vidas e incluso se han ido sumando las prohibiciones de los aprovechamientos tradicionales que en ellos se hacían hasta el punto de que hasta los habitantes más próximos los ven como algo ajeno, lo que ha provocado su abandono. Y el resultado de ello está siendo que, a pesar de las imágenes bucólicas que se da de ellos, nuestros bosques están desgraciadamente desapareciendo pasto de las llamas.
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