Hace
un cierto tiempo –y perdónenme esta forma de comenzar- el hijo de unos amigos
con los que estábamos cenando en nuestra casa me preguntó, como forma de
corroborar la equivocación de su padre, sobre el hecho de que las mujeres
históricamente siempre han estado machacadas
por el hombre, esperando la confirmación de ello por parte de un profesor de
Historia. Lamentablemente, he de confesarlo, yo estaba más de acuerdo con la
opinión de su padre que con los argumentos del hijo, una persona de veintiún
años que se limitaba a repetir machaconamente clichés sobre la condición
femenina faltos de rigor y fuera de la realidad histórica de cada momento.
Sus argumentos me sonaban a los utilizados por quienes piensan de forma opuesta, cuando afirman que la mejor prueba de que los hombres siempre han estado sometidos a peores condiciones de existencia que las mujeres es el hecho de su menor esperanza de vida en todas las épocas, o la adscripción a los varones de los trabajos más duros, o también el dato irrefutable de que las guerras se traducen en víctimas mayoritariamente masculinas, porque son los hombres los que se convierten en soldados, aunque también la población civil sufra las consecuencias. Incluso, algunos podrían alegar como un argumento más el hecho de que, hasta hace unos pocos años, los comienzos profesionales de los varones se veían interrumpidos por la obligación de realizar el servicio militar, obligación que las mujeres no tenían, con lo que ello suponía, entre otras cosas, de ventaja profesional.
Todos estos argumentos, de un lado y de otro, tienen su parte de verdad, pero, sacados de su contexto histórico, se convierten en armas arrojadizas e impiden un debate sensato. Mi generación ha conocido ya, de forma más o menos generalizada, el trabajo fuera de casa tanto del hombre como de la mujer, casados o solteros, y ello ha conllevado un modelo de organización de la vida familiar, en su caso, distinto al que existía en la época de nuestros padres. En esa generación anterior primaba el trabajo fuera de casa del varón, mientras que la mujer desarrollaba el suyo dentro del hogar; uno puede decir respecto a esto que el trabajo del varón fuera de casa se premiaba con el sueldo mensual que recibía por ello, mientras que la mujer que trabajaba en casa no tenía esa recompensa. Y eso es verdad, pero no es exacto.
Siguiendo con la retrospectiva, muchos de los que rondamos los sesenta años recordaremos todavía cómo nuestros padres llegaban con su sueldo en el bolsillo y lo primero que hacían era entregárselo a su mujer para que hiciera el pertinente reparto: esto para tus gastos, y con esta frase le daban una pequeña parte al marido; esto para el mes; y esto para el tarro, donde se guardaban los ahorros y de donde salían los zapatos nuevos y la gabardina que estrenábamos los hijos al comienzo de curso, así como los gastos extraordinarios, incluida la compra de una vivienda después de muchos años de ir alimentando al tarro de los ahorros. En ese reparto económico y de funciones, el varón conservaba su papel de hombre de la casa y la mujer mantenía el suyo como pilar de la vida familiar presente y futura. Ambos mandaban, y mucho, y ambos compartían una autorictas que los demás, y especialmente los hijos, les reconocían. Que había muchas excepciones a este modelo familiar, seguro que sí, y todos hemos conocido algunas, pero, en mi opinión y según las vivencias que algunos hemos tenido, este tipo de relaciones familiares era el predominante.
Significa eso que los modelos familiares, las formas de relación entre hombres y mujeres adultos de ahora son peores o son mejores que los de antes. Creo sinceramente que son distintos, responden a sociedades y a tiempos diferentes. Los de ahora son el resultado de una evolución, entre otras cosas, de las sociedades y de las necesidades económicas. Igual que son también otros los modos de noviazgo, la relación con los padres o las propias relaciones sociales, puesto que entre un momento y otro han pasado cincuenta años, nada menos que medio siglo en un mundo que evoluciona aceleradamente.
En realidad, y a pesar de las limitaciones que el ser humano y el mundo en el que vive imponen, son las personas las que ejercen su libertad para relacionarse con otras personas, casarse, divorciarse o mantenerse solteros, ser más o menos sociables y seguir determinadas pautas de comportamiento. Y la generalización de todo ello es lo que explica la evolución social.
Por el contrario, cuando quienes detentan el poder intentan, a partir de sus particulares postulados ideológicos, reconducir la evolución social, el resultado es el fracaso, porque atacan la libertad humana. Puedes hacer leyes para imponerle a la gente qué tipo de lenguaje debe utilizar, qué tipo de nueva moral debe seguir o qué tiene que pensar sobre determinadas cuestiones, pero el resultado será siempre el fracaso, porque esos cambios son impuestos resultan imposibles de asumir por la generalidad, ya que no son el resultado de una evolución de las sociedades basada en la libertad del individuo.
Y si algo nos enseña la Historia es que la especie humana ha sobrevivido gracias a la diversidad y la libertad de ejercerla, y ello a pesar del doctrinarismo plasmado en ideologías de todo tipo que han masacrado a millones de seres humanos para imponerse. Pese a ello, hemos seguido evolucionando, de tal forma que existe una indudable unidad entre los individuos, hombres y mujeres, y viceversa, que hace miles de años crearon unas sociedades determinadas con unos rasgos particulares, y los individuos que estamos desarrollando las sociedades actuales, muy parecidas a las anteriores y a la vez muy diferentes. Y todo ello gracias a que históricamente, aunque pueda parecer en determinados momentos lo contrario, siempre triunfa la libertad humana frente al sectarismo de algunas minorías.
En todo caso, defender privilegios de un grupo, definido por el sexo, la raza o por cualquier otro criterio, basándose en cómo se comportó la sociedad con ese colectivo anteriormente, es un sinsentido desde todos los puntos de vista y demuestra no sólo el desconocimiento de la Historia, sino el sectarismo de los aprendices de brujo que han existido a lo largo de la historia humana y que siguen existiendo.
Discriminar ahora, aunque dicha discriminación se dulcifique con el adjetivo de positiva, porque hace dos siglos hubo esclavitud, o porque unos pueblos conquistaron a otros, o por motivos aún más peregrinos, es un absurdo total. Absurdo que curiosamente se suele aplicar a los hombres, porque son hombres, a los occidentales, porque pertenecen a la cultura Occidental, y al que destaca sobre los demás porque no hay derecho a que no seamos todos iguales, aunque sea iguales en la mediocridad.
Permítanme
terminar diciendo que a algunos nunca se nos ocurriría pedir un resarcimiento
material a los descendientes de los aztecas por el asesinato de miles de
individuos de otros pueblos mejicanos para, literalmente, comérselos; ni a
Oliver Cromwell por prohibir la Navidad durante su dictadura en la Inglaterra de
mediados del siglo XVII; ni a los musulmanes que invadieron y conquistaron las
tierras que van desde la Península Ibérica hasta el Indostán, acabando de hecho
con las religiones que existían allí y sus sociedades; ni tampoco a los
reyezuelos africanos, sin cuya actuación la esclavitud no habría podido
alcanzar los niveles que tuvo, los cuales cazaban a miles de africanos como
ellos para venderlos como esclavos a los comerciantes holandeses e ingleses, y
también de otros países, como los portugueses y los españoles, quienes los
transportaban en condiciones infrahumanas a las tierras americanas, de Norte a
Sur; ni se me pasaría por la cabeza exigir que el actual gobierno chino pidiera perdón por el
imperialismo que, al igual que otros muchos pueblos, desarrollaron durante siglos
sobre los países vecinos, lo cual explica el tamaño de la actual República
Popular de China y los muchos pueblos que se integran ahora en ella.
Qué importante es conocer la Historia y qué interés tienen los políticos en lo contrario, así es mucho mas fácil moldear a la gente a su conveniencia.
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