viernes, 7 de marzo de 2025

¿Qué estápasando?

 

Una parte importante de la población nació y vivió muchos años de su vida durante el período de la Guerra Fría. Este periodo fue definido por un diplomático norteamericano de una forma especialmente acertada: La guerra, improbable. La paz, imposible. Se trataba de dos mundos opuestos: el Bloque Occidental y el Bloque Comunista. Todos los países del mundo entraban de una forma u otra en esta división, aunque el grado de protagonismo fuera diverso y se dieran, incluso, naciones que jugaban a una equidistancia impostada e imposible.

El mundo occidental se basaba en el respeto a los derechos individuales, algo no muy logrado en demasiadas ocasiones, la búsqueda de modelos democráticos en sus organizaciones políticas y en el liberalismo económico como sistema económico. Las variantes aquí también eran numerosas y se traducían en diferencias notables entre los países que integraban este bloque. En Europa, y en algunos territorios directamente relacionados con nuestro continente, se perseguía el objetivo de crear un estado del bienestar, cuya evidencia más significativa era la existencia de sistemas de seguridad social que iban más allá del derecho a una pensión después de finalizar la vida laboral: la educación, la sanidad, la protección de los más desfavorecidos…, todo ello formaba parte de ese objetivo a alcanzar por parte de los gobiernos. Se contaba para ello con toda la experiencia acumulada en estos ámbitos a lo largo de más de cien años, desde los modelos establecidos por Bismarck y los conservadores españoles hasta los grandes logros sociales alcanzados en las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, aunque la socialdemocracia europea intentara aparecer como la única artífice de esos sistemas de bienestar ante los electores de sus países.

El desarrollo económico mantenido a lo largo de todo el siglo XX, sólo interrumpido por las crisis cíclicas que parecen formar parte de la evolución económica, facilitó, en términos generales, la consecución de esa sociedad del bienestar.

El mundo comunista, por su parte, evolucionó tal como cualquier observador independiente podía prever: un desarrollo económico mucho más bajo que se tradujo en un reparto igualitario de la miseria. A la vez, sus modelos políticos se basaron en la imposición de dictaduras totalitarias en las que había desaparecido la libertad del ser humano y su capacidad de crear e innovar. Se puede ser comunista o partidario del entonces denominado socialismo real o del resto de idearios aparecidos en el mundo occidental con la única finalidad de blanquear y edulcorar la realidad del mundo comunista; pero lo que no se podía negar era la pobreza, todo lo igualitaria que se quiera, pero pobreza al fin y al cabo que existía en el bloque comunista, así como la falta de libertades individuales, incluidas las políticas, que padecía la población de estos países. Hay que recordar que el muro de Berlín fue levantado por los comunistas alemanes, no para que no entraran los de fuera, sino para que no huyeran los de dentro.

Estábamos, pues, ante dos mundos distintos y opuestos. Ante un sistema bipolar que se mantuvo en un cierto equilibrio durante décadas. Las únicas salidas posibles que dictaban la lógica eran la guerra o el colapso de uno de los bloques. La guerra directa entre ambos bloques hubiera supuesto la aniquilación mutua, dado el armamento nuclear con el que contaban, por lo que se optó por los enfrentamientos bélicos indirectos: ambos bloques dirimían sus diferencias militarmente a través de guerras localizadas en determinadas zonas del planeta que terminaban basculando, según correspondiera la victoria en cada caso, hacia un bando u otro, pero sin que los cambios en el tablero fueran demasiado significativos.

Finalmente, el colapso de uno de los bloques fue lo que terminó por imponerse. El mundo del socialismo real quebró y se derrumbó, no por un ataque militar directo del contrario, sino porque en su interior llevaba el germen de su propio derrumbe: un sistema totalitario como el existente entonces sólo podía sobrevivir mediante la victoria militar sobre el contrario o con la anexión de nuevos territorios. Finalizadas las grandes conquistas soviéticas que siguieron a la caída del nazismo en Europa, traducidas en la anexión a la URSS de toda la Europa del Este, solamente quedaba la posibilidad de nuevos territorios en África, Hispanoamérica o Asia, y esas nuevas adquisiciones eran demasiado costosas o su control era problemático, debido a la distancia respecto a los centros de poder rusos, las diferencias de civilización y la oposición activa del mundo occidental que alimentaba la lucha contra el dominio comunista también con intervenciones, directas o indirectas, de carácter militar.

Así, cerrada en las últimas décadas del siglo XX la posibilidad del expansionismo militar, el bloque socialista se derrumbó.

Pero también se derrumbó con él la lógica del sistema anterior de contrapoderes entre ambos bloques. Es cierto que su caída supuso la libertad para millones de ciudadanos de esos países, pero sus antiguas naciones quedaron en cierta forma inermes ante un mundo en el que habían desaparecido las antiguas estructuras políticas, sociales y económicas, imponiéndose un nuevo sistema de valores. Todo ello sin el cobijo de un orden mundial claro. Desaparecido uno de los bloques, la potencia líder del otro, los Estados Unidos, tendió a actuar de forma unilateral y con una política exterior, cuanto menos, errática. El resto de países occidentales, sin la existencia de un peligro exterior claro, hizo prácticamente lo mismo.

Del antiguo imperio soviético se fueron desgajando, sin ninguna lógica histórica en algunos casos, nuevas naciones y nuevos conflictos que también fueron la consecuencia directa de las irracionales políticas territoriales llevadas a cabo por la URSS desde la época de Stalin. Ni la nueva Rusia fue capaz de acabar con el proceso ni Occidente le facilitó la tarea, ya que el único peligro tangible parecía ser el peligro nuclear que suponía la división territorial del antiguo arsenal soviético.

Fueron años de caos en los que el peligro nuclear parece haber sido mayor que en los años de la propia Guerra Fría.

Y solucionado este problema inmediato, el caos se mantuvo, aunque la tensión se trasladara ahora al ámbito económico donde China aparecía como la gran enemiga de los Estados Unidos y de sus aliados occidentales. Una China, por cierto, cuyo nuevo potencial económico ha sido realmente creado por los mismos países occidentales que pusieron en sus manos la tecnología y la producción de una buena parte de la economía europea y occidental en aras del máximo beneficio que suponía la baratura, con las horrorosas condiciones laborales del capitalismo decimonónico, de la mano de obra del país y los futuros beneficios también de su inmensa población de posibles consumidores.

Todo un logro de los sesudos asesores políticos de los gobiernos occidentales: han convertido en una potencia económica al único país importante que mantiene intacto un sistema político totalitario de tipo comunista. Y China, que conoce muy bien la historia mundial de los dos últimos siglos y que cuenta con toda una tradición imperial y expansionista, ha sabido traducir ese nuevo poder económico en una herramienta de poder mundial. Los siguientes pasos serán, sin lugar a dudas, su transformación en potencia militar, proceso que está siguiendo a pasos agigantados, lo que le permitirá llevar a cabo una política expansionista por otras vías, además de la económica. Y volvemos a la idea base ya expuesta: la única salida de un sistema totalitario es la victoria militar y las anexiones territoriales. Y que cada cual saque sus conclusiones.

Y en esto llegó la victoria presidencial del señor Trump, quien está, al menos aparentemente, centrando su política en el mantenimiento del poderío estadounidense y el peligro para el mismo de la política china. Pero llevar a cabo una política mundial para responder a la nueva situación política, sin tener en cuenta las causas que nos han traído hasta aquí, parece más una partida de damas que una partida de ajedrez: el cambio de aliados o la búsqueda inmediata de ventajas económicas no asegura la victoria, la aleja. Sin peones no se puede jugar al ajedrez y sin soldados no se gana una guerra y mucho menos se asegura el dominio territorial. Pero esto seguro que será motivo de nuevas y humildes reflexiones de quien ve lo que pasa, pero entiende poco lo que está pasando.

sábado, 25 de enero de 2025

Sobre el nombre de España

 

La Península Ibérica es, sin duda, uno de los territorios europeos mejor definidos por la Geografía, albergando en su seno a la nación española, la más antigua de Europa si nos atenemos a la formación de los Estados modernos que vertebraron las naciones que se fueron formando en nuestro continente.

Aunque el territorio peninsular está ocupado en la actualidad por tres Estados (España, Portugal y Andorra), así como por la existencia de una trasnochada colonia inglesa (Gibraltar) en territorio español, que es único caso de colonia en suelo europeo, es España la que ocupa la mayor parte del territorio y la que en durante la mayor parte del tiempo ha dado nombre al conjunto.

Sin embargo, la denominación de España, que es la que finalmente se ha impuesto, coexistió o fue precedida por otras denominaciones que son prueba de la antigüedad de nuestro territorio en las fuentes históricas.

En este sentido, hay que señalar que las fuentes para el estudio de la Historia Antigua y Media de España son relativamente numerosas y variadas. Para su estudio se puede adoptar la división clásica de fuentes materiales y fuentes narrativas.

Dentro de las fuentes materiales cabe admitir una gran cantidad de testimonios históricos: monumentos y otras construcciones, enterramientos, objetos artísticos, monedas, armas, etc.

Las fuentes narrativas, por su parte, engloban todos aquellos textos que directa o indirectamente tratan de la Historia peninsular, hayan sido escritas con una finalidad histórica o simplemente literaria.

Para algunos autores, sin embargo, el término fuentes sólo debe ser aplicado a las fuentes escritas, aplicando a las demás términos como restos o vestigios históricos.

Nosotros vamos a adoptar esta segunda postura por dos cuestiones. Primero, porque si aplicamos el término fuentes en general es casi imposible abarcarlo. Y segundo, porque existen varias sistematizaciones de las fuentes escritas de la Historia Antigua y Media de España en manuales, pero no existe ninguna sistematización de fuentes materiales y escritas de esta época, ni de ninguna otra, que nosotros conozcamos.

Según parece, el vocablo España procede del griego Spania, voz que vemos empleada por primera vez por Artemidoro, como forma secundaria de Ispania; este geógrafo y cartógrafo griego, que vivió a finales del siglo II y comienzos del I antes de Cristo, había visitado Italia, Hispania y Egipto, así como otros territorios ribereños del Mediterráneo. Ese vocablo será posteriormente transformado en Hispania por los romanos, tal como hicieron también con el término Ispalis por Hispalis.

La cuestión que se planteaba era la del origen etimológico del término Ispania o Spania, que estaría en la lengua de algunos pobladores de la península más antiguos que los griegos. En línea con ello, el erudito protestante francés Samuel Bochart (1599-1667), quien dominaba numerosas lenguas antiguas y modernas y es el autor de una Geographia Sacra, publicada en 1712, consideró que el término derivaba del fenicio span, con el significado de país de conejos; incluso, mucho más tarde, en una moneda de Adriano se representa a España como una matrona sentada que tiene un conejo a sus pies.

Posteriormente, hubo también quienes relacionaron el termino Ispania con el vocablo de origen céltico span, que está en la base de los términos spanne, palma de la mano, spannen, extenderse, y spannung, punto de partida, en alemán, y spann, palmo, y spanner, entrada o llave, en inglés, que harían referencia a la forma de la península ibérica o a su carácter de entrada al mar Mediterráneo, tal como recoge la Enciclopedia… Espasa-Calpe en uno de sus tomos.

Pero aparte del término Iberia, que veremos a continuación en entre otros términos usados en la Antigüedad, nuestra península fue denominada también con el término Esperia, latinizada como Hesperia, si bien este vocablo ha sido más una denominación poética para designar al Occidente en general, relacionándolo con la reina Hespéride, mujer de Atlas, en la mitología griega.

Conviene, pues, estructurar un poco la evolución de la denominación de España en los tiempos antiguos a partir de algunas fuentes y valorar en lo posible cada una de ellas.

FUENTES DE LA HISTORIA ANTIGUA

Podemos dividir estas fuentes en testimonios anteriores al 500 a. C. y otros testimonios que irían desde esta fecha hasta el siglo I d. C.

Testimonios anteriores al año 500 a. C.

El Periplo

Se puede considerar la fuente narrativa más antigua de la Historia de España. Describe el periplo o viaje de circunnavegación de un viajero massaliota, es decir, un griego de la colonia focense de Massalia –actual Marsella-. Escrito en el siglo VI a. C. y recogido en el poema latino Ora Maritima, de Rufino Festo Avieno (siglo I. a. C.).

Este periplo massaliota describe las costas levantinas y meridionales de la península y, con menos precisión, las occidentales, y proporciona ya algunos datos sobre sus habitantes. Que el autor era massaliota se deduce de los siguientes hechos:

a.    Massalia y Tartessos, con sus ríos Ródano y Tartessos, son la materia principal del periplo, refiriéndose a Tartessos y al río Tartessos cuarenta versos, y a Massalia y el Ródano más de ochenta versos.

b.    La ruta del periplo, desde Massalia hasta Tartessos, era la que seguían los navegantes massaliotas que iban a Tartessos en busca de plata y de estaño.

c.    El autor trata con particular interés las cosas relativas a los massaliotas y sus colonias ibéricas de Pirene y Tiricas, y de las dos islas en el estrecho gaditano visitadas por los navegantes massaliotas procedentes de Ménaca.

d.    La descripción comienza a ser menos detallada a partir del golfo del Tajo, hasta donde llegaban los massaliotas, siendo la primera ciudad mencionada Herbi y el primer río Ibero.

e.    Cuadra en un autor massaliota el hecho de dejar a los cartagineses, sus enemigos, en el más absoluto silencio, pues la mención que de ellos se hace en algunos versos se debe al interpolador, y que los fenicios sólo sean citados brevemente, no nombrándose ninguna de sus ciudades –que Hecateo enumera en una de sus obras-, ya que Gades y Málacca fueron introducidas en vez de Tartessos y Ménaca por el interpolador.

Que el periplo fue escrito hacia el año 520 a. C. queda de manifiesto por las siguientes razones:

-          Fue compuesto después de la batalla de Alaia, del año 535 a. C., con la que termina la navegación de los massaliotas a Tartessos, porque el Estrecho y la ruta marítima a Tartessos ya aparecen en él casi cerrados para los massaliotas y en cambio se menciona una vía terrestre de Ménaca a Tartessos a pesar del cierre.

-          El autor escribió antes del año 509, fecha del primer tratado concluido entre los cartagineses, de una parte, y los romanos con sus aliados massaliotas, de otra, pues por este tratado la navegación más allá del cabo Pulcro (cabo Farina, junto a Cartago), es decir, hacia occidente y, por lo tanto, hacia España, quedó por completo suprimida.

-          El periplo fue escrito antes de la fundación de Emporion o Rosas, colonias de Massalia, que en él no son mencionadas, es decir, antes del año 500 a. C., porque de los vasos griegos allí encontrados se deduce que fueron fundadas antes de dicho año.

Muestran que el autor vivió en el siglo VI a. C. la estrecha semejanza con Hecateo y el hecho de presentarnos una España remota. Este país es designado con los nombres antiquísimos de Oestrimnis y Ofiusa, país de serpientes.

El autor del Periplo es, pues, el más antiguo entre todos los geógrafos griegos que se nos han conservado. Avieno no dice el nombre del autor del Periplo, bien porque lo ignorase o no quisiera mencionarlo.

            El Periplo trata sobre las islas, cabos, golfos, ríos mayores y menores, puertos, sierras, bosques, marismas…

Testimonios asirios

Hay dos inscripciones muy antiguas en las que aparecen los nombres de Anaku (España), Anaku-ki (tierra del estaño) y Kaptara (Creta). En ellas se puede observar que, si ya se incluía el nombre de Anaku, y que este nombre correspondía a España, la península, ya a mediados del tercer milenio a. C. fue conocida por los asirios constituyendo este testimonio el más antiguo acerca de España.

Testimonios del Antiguo Testamento

Las referencias bíblicas, que son las primeras que hablan de Tarsis, son muy explícitas al relacionar esta región o pueblo con el fenicio. Es con Tiro con el que lo ponen en relación, haciéndole partícipe de sus avatares. Así, ante Salomón:

“Los reyes de Tarsis y de las islas traerán presentes; los reyes de Sheba y Saba ofrecerán dones.” (Salmo 72, v. 10)

En el Libro de los Reyes, hablando de las riquezas de Salomón, se dice también:

“… porque el Rey tenían la flota que salía al mar, a Tarsis, con la flota de Hiram; una vez en cada tres años venía la flota de Tarsis y traía oro, plata, marfil, simios y pavos.”

Probablemente, la denominación naves de Tarsis sea genérica y signifique un tipo de navío de gran porte y capaz de larga andada, adscrito a la navegación fenicia, pero sin que pueda vincularse a una localización precisa. Así, en Isaías (730 a. C.) se habla de Jehová alzado sobre lo eminente y soberbio “y sobre todas las naves de Tarsis”. Estas naves, aun construidas por Salomón, son fenicias y pilotadas por tirios, según se dice en el Libro de los Reyes.

Al final del siglo VI a. C. las referencias de Ezequiel son más exactas y ya revelan una precisión histórica:

“Tarsis comerció contigo y con Tiro, a causa de la multitud de sus productos. Plata, licores, estaño y plomo trajeron a tu mercado.”

Hay que señalar, además, que, en el Libro de los Jubileos, texto apócrifo cuyas fuentes son anteriores a Salomón, se cita a Gadir tres veces en descripciones geográficas.

Los poemas homéricos

En estos poemas, sobre todo en la Odisea, se encuentran noticias vagas de las tierras más allá de las columnas de Hércules. Así, el estaño es nombrado frecuentemente en la Odisea, como mercancía de los fenicios, pudiendo ser conocida la península a los poetas griegos a través de fenicios y de los foceos. Los fenicios navegaban hacia Tartessos para buscar el estaño y el ámbar, ya desde la fundación de Gades (1100 a. C.) y los focenses desde el 700 a. C.

Otros testimonios

Son los siguientes:

Hesíodo: hacia el 650 a. C. mitifica el río Tartessos; las tierra de Iberia se confunden con el Ocaso y Hespero, padre de las Hespérides, que en versión singular hemos visto relacionada con Atlas.

Heródoto de Heraclea (600 a. C.): habla de que “Este pueblo ibérico que habita la costa del Estrecho recibe varios nombres, siendo un solo pueblo con distintas tribus: cinetes, gletes, tartesios, elbisinos, mastienos,” etc. Nos habla también de la existencia del rey Argantonio, y lo mismo hace el poeta Anacreonte, contemporáneo suyo.

Hecateo: en sus Genealogías también nos habla sobre Argantonio.

Testimonios desde el 500 a. C. hasta el siglo I d. C.

Aquí debemos hacer una diferenciación entre la historiografía griega y la historiografía romana.

Historiografía griega

Los autores más importantes que hacen referencia a la península ibérica son:

Píndaro (518-440 a. C.)

En sus odas Olimpia y Nemea hace algunas referencias, tomando en parte información del Periplo.

Heródoto (480 a. C.)

La batalla de Alalia, ganada por los focenses según este autor, debilitó, sin embargo, su poder marítimo en tal escala que los cartagineses pudieron establecerse en Sicilia, Cerdeña y zona meridional de España. Destruyeron las factorías focenses que, hasta entonces, habían florecido en las costas levantinas y su influencia sobre los tartesios fue más profunda y efectiva.

Puede decirse que después del supuesto tratado del 509 con Roma, el dominio cartaginés se afianza en el sur de España. Y, efectivamente, en la batalla de Himera del 480 a. C contra los griegos figuraban soldados íberos entre los púnicos. Este pasaje es el más antiguo testimonio para los mercenarios ibéricos en el ejército cartaginés, que hacia el 500 a. C. se había apoderado de Tartessos, tras lo cual tuvieron oportunidad para el reclutamiento entre las tribus guerreras de los íberos, siendo los tartesios de poco espíritu militar. Al propio tiempo, es el primer testimonio sobre las correrías ibéricas.

Eurípides

En sus obras Hipólito y Heracles furioso hay ciertos pasajes que atestiguan la clausura cartaginesa del estrecho en su época.

Tucídides

Expresa la opinión de que los íberos se desplazaran a Sicilia, procedentes de las tierras junto al río Sicano (Júcar), lo que explicaría el nombre de sicanos que se daba en Sicilia.

Piteas (330 a. C.)

Hace época en la historia de la Geografía y en la de la península ibérica. Es el primer griego que volvió a descubrir los territorios más allá de la columnas de Hércules, inaccesibles desde el año 500 a. C., como consecuencia de la clausura del estrecho por los cartagineses. Él es también el descubridor científico de las islas Británicas y de las costas del Mar del Norte.

Para la península, Piteas hace época porque volvió a descubrir su carácter peninsular, que ya conocían los focenses, y por haber extendido a toda ella el nombre de Iberia, hasta entonces limitado a las costas meridionales y orientales. Es de creer que Piteas emprendiese un viaje oceánico con permiso e incluso ayuda de los cartagineses.

Vemos, pues, que las primeras denominaciones de nuestra península han sido históricamente variadas, aunque será el término Hispania el que se impondrá a todos, si bien en determinados momentos hubo otras denominaciones como las de Sefarad, por parte de los judíos, o la de Al Andalus, tras la invasión musulmana que siguió al 711 d. C., que fueron utilizadas habitualmente en sus textos respectivos. En cualquier caso, ello merecería un pequeño y particular trabajo sobre ambos términos.